Rivera : Entre la incesante entrada de brasileños y el contacto que persiste a pesar de los controles

El brote de COVID-19 en Rivera puso a la frontera en la mira nacional. Autoridades afirman que un ritual umbanda disparó los contagios, pero la implicada niega que el foco haya surgido de esa forma.

Rivera 31 de mayo de 2020 Victor Camargo Victor Camargo
Parque Internacional - Rivera - Uruguay
Parque Internacional - Rivera

"Mi amiga venía desesperada del hospital porque se le moría un ser querido. ¿Vos le negarías un abrazo a una amiga destrozada?”, dice la dueña de la casa donde surgió el primer foco de contagio de COVID-19 en Rivera, y a la que las autoridades sanitarias definieron como un templo umbanda.

 
Adriana —no es su nombre real— cuenta que el 10 de mayo recibió a una pareja de amigos y a Natalia, que volvía del hospital buscando consuelo por la enfermedad de un amigo. Se dieron un abrazo y compartieron un mate. También estaba su marido. “Eran mis amigos, y sí, nos juntamos a tomar mate en la tardecita”, reconoce Adriana. “Además, ella vino para pedir un abrazo de consuelo, ¿y yo le voy a decir que no? Nadie tenía síntomas. Uno no se da cuenta de la situación hasta que no se contagia”, relata. “Después ellos se fueron y llegó otra pareja de amigos por un asunto privado. Y pobres, también ellos se contagiaron”.

Adriana es simpatizante de la religión afroumbandista pero niega que su casa sea un templo o que se practiquen cultos religiosos. Dice que sufre día a día que hayan “marcado” su casa y su familia. “Mi marido tiene que sacar la basura tarde en la noche porque si los vecinos lo ven, llaman a la Policía. Además de falta de empatía hay ignorancia: no entienden que a tanta distancia no se contagiarían”, dice.

No salgo de casa.
En Rivera nadie espera al presidente. Es miércoles y las ambulancias de ASSE que hacen hisopados aleatorios sacan a los curiosos a la puerta de sus casas. Hay una estacionada en el barrio Saavedra, a dos cuadras de la frontera. Un señor de 83 años cruza la calle para mirar el operativo al lado de un vecino, pese a que desde su casa tendría un mejor ángulo para ver a los sorteados en la lotería de someterse al entierro de un hisopo en la nariz. Van llegando de a uno, con tapabocas y cédula en mano. Se sientan en una silla de plástico bañada en alcohol rectificado a la sombra de la ambulancia.

Ningún vecino mira este espectáculo solo. “Yo no salgo de mi casa”, dice Carlos, el señor, y señala la casa de enfrente, la suya. El calor abraza Rivera. Están los dos ahí parados: Carlos apoyado en el canasto de la basura; el vecino joven y de musculosa, inmerso en un monólogo de indignación. Pidió hacerse el hisopado y los técnicos de la ambulancia le dijeron que no estaba en la lista. Pero es una indignación simpática, pasiva. Carlos, el que nunca sale de su casa, agrega:

“Hoy fui a la clínica a hacerme unos estudios que la sociedad médica me había mandado. La señorita me retó. Que me fuera a mi casa porque mi estudio no era urgente, que mi sociedad me iba a llamar. Y me dijo que alguien de mi edad no puede andar en la calle. Y yo le pregunté: Bueno, ¿usted me va a hacer las compras?”.

Se ríen los dos sin tapabocas. Aclaran que sí lo usan para ir al supermercado, porque si no, no los dejan entrar.

Desde el despacho de dirección del Hospital de Rivera, Diego Aboal, el director del Instituto Nacional de Estadística, explica cómo es el estudio que tiene a los riverenses mirando hacia afuera: “Son 200 manzanas, cinco hogares por manzana, y dentro de cada hogar se sortea a una persona para realizarle el hisopado”.

Aboal viajó a Rivera para verificar que todo esté haciéndose bien. Estima que con el número de muestras recogidas van a tener un buen pantallazo de la tasa de prevalencia de COVID-19 en la ciudad. “La muestra de 1.000 es importante, adecuada para Rivera -donde hay 78.880 habitantes según el último censo-, y contempla las restricciones de logística y costos que tiene hacer esto”, comenta el jerarca.

A la silla de plástico van llegando de a uno los sorteados. También los que no están en la lista y se ofrecen. Uno de los técnicos les explica que no, que es un muestreo por sorteo, que se queden tranquilos, que los van a llamar la próxima vez. Perdió la cuenta de cuántas veces repitió el discurso en el día, pero valora la disposición de los ciudadanos. Tras la explicación se van tranquilos. “Por lo general la gente entiende”, cuenta el técnico, mientras el vecino de musculosa se acerca para pedir, una vez más, que lo hisopen.

Al cierre de esta edición se habían procesado 838 muestras aleatorias, todas con resultados negativos.

Lo inevitable.

“No es una linda noticia esa cantidad de casos pero ya lo esperábamos”, dice Florencia Eula Bertelli, directora del Hospital de Rivera, en relación al foco de contagio que se detectó en uno de los barrios durante un “culto religioso”, según afirman las autoridades.

Lo mismo dijo el Sindicato Médico del departamento en una carta en la que detallan que el gremio se reunió a través de Zoom el 2 de mayo, “al ver que la ciudad estaba desbordada de turistas brasileños” y que los propios riverenses “no estaban cumpliendo las recomendaciones de distanciamiento social y uso de barbijo”.

Alma Galup, intendenta de Rivera, dice que era “un milagro” que la ciudad gozara de buena salud mientras en Santana do Livramento los casos positivos iban en aumento. “Vivimos un momento de idilio en las primeras semanas de la pandemia. Eso era algo imposible de mantener. El clima era bueno y hay un imperativo social que hace que no se pueda sostener permanentemente eso de ‘quedate en casa’. Comenzaron esporádicamente a salir, a congregarse determinados núcleos. Ahí vimos que teníamos que actuar”, señala Galup.

Eula Bertelli dice que ese momento de “idilio” les dio tiempo a los prestadores de salud, en especial a ASSE, para prepararse para lo inevitable. Al parecer, todos sabían y todos lo esperaron.

El 70% de Rivera (unas 65.500 personas) se atienden en salud pública. Por eso la directora cuenta que, ante una eventual demanda extra, se redistribuyeron los recursos humanos hacia la atención respiratoria: “Se armaron salas de aislamiento para pacientes respiratorios, se recibieron dos ambulancias especializadas completas para traslados de pacientes Covid y cuatro respiradores nuevos para el CTI”.

Galup dice que el 7 de mayo, cuando se confirmó el primer caso en el departamento, empezó a implementarse una campaña “agresiva” de disuasión por parte de la intendencia. “Desinfectamos las plazas y encintamos las hamacas. Empezamos con el tema del tapabocas, eso fue muy bueno. A la intendencia no entra nadie sin tapabocas. En la calle también lo pueden constatar”.

Que haya ánimo.

El microcentro de la ciudad ocupa unas 10 cuadras y termina en la frontera. Allí se concentra la mayoría de los locales comerciales. Del otro lado es igual, pero en portugués y con música en la calle. Del lado uruguayo solo suena la camioneta que exhorta y una moto que ofrece préstamos en cómodas cuotas.

Pero los “lados” son meramente cartográficos. Ningún riverense concibe a Santana do Livramento y Rivera como ciudades distintas. No lo son.

Como aseguraba Galup, la mayoría usa tapabocas, al menos en el microcentro. Los vendedores aguardan a los clientes en la puerta de los comercios con una botella pulverizadora de alcohol. Hacen dos afirmaciones: el flujo de personas y las ventas bajaron desde el 13 de marzo, y no desde el fin de semana pasado, cuando afloró el brote que puso a la frontera en la mira nacional.

De los 53 free shops —el principal dolor de cabeza para las autoridades sanitarias de ambos lados—, son la minoría los que permanecen abiertos, con horarios acotados y medidas estrictas de distanciamiento social.

La Cámara de Free Shops del Uruguay y la Asociación Sudamericana de Tiendas Libres pidieron apoyo al gobierno tras la abrupta caída en las ventas que, según afirman, se debe a que el municipio de Livramento cerró las rutas de acceso a los ómnibus de turistas brasileños que iban a comprar. Las autoridades afirman que llegaban incluso desde Porto Alegre. Pero no ha sido una medida efectiva. Galup señala que los turistas se las ingenian para ingresar a Livramento en sus autos particulares. No hace falta prestar demasiada atención para comprobarlo.

En la tardecita del miércoles, mientras se apagaba el microcentro, seis turistas brasileños llenaban de acolchados y ropa la valija de una camioneta con chapa de Belo Horizonte. Paulo, uno de los jóvenes, contó a El País que eran un grupo de amigos de San Pablo, pero trabajan algunos en Uruguayana y otros en Don Pedrito, un municipio a 92 kilómetros de Rivera. “Vinimos a Santana porque está a medio camino de donde trabajamos. Vinimos a vernos, pasar la noche y comer un asado. Ahora solo hicimos algunas compras”, relata en un español limitado.

En los puestos de control de la avenida fronteriza no hubo inconvenientes al pasar a Rivera en el auto. No obstante, si los turistas brasileños quisieran salir del departamento en dirección a Artigas o Tacuarembó, los “devolverían”, según indica el protocolo y afirma el Cabo Jorge da Silva, que monitorea uno de los puestos en el límite departamental.

Frente al free shop en el que compraron los jóvenes brasileños hay una tienda repleta de antigüedades y de abrigos de lana. Un Tristán Narvaja concentrado en un salón. Relojes, carteles, botellas, cafeteras. Miles de objetos cubren las cuatro paredes y cuelgan del techo. “Solo se venden los abrigos. Lo otro es un capricho mío y no se vende”, dice el dueño detrás de un escritorio. “Además estas cosas no tienen valor. Solo son lindas porque las ves juntas”. Y sigue:

—Pero quédense, miren todo lo que quieran. Esto es una tristeza. Al cementerio entra más gente que acá.

—¿Y por qué abren?

—¡Abrimos para prender la luz! Para que haya ánimo. Abro para que la gente pase y vea que estoy bien. Pero abrir es malo. Y no abrir es peor.

Me voy tranquilo.

Son las 10 de la mañana del jueves. El presidente Luis Lacalle Pou baja de un avión y Galup, la intendenta, se sube a un auto en dirección a la sede del gobierno departamental. La jerarca había pactado una entrevista con El País a esta misma hora. No admitirá después que la visita presidencial a la comuna la había tomado por sorpresa.

Sin una agenda definida, el presidente pasó la mañana recorriendo los puestos de control del Ejército, acompañado por el ministro de Defensa, Javier García. En la Aduana preguntó cómo procedían y les contó a los funcionarios una anécdota: era de noche y se iba de vacaciones a Brasil; paró en el puesto y un aduanero, medio dormido, lo confundió con el exfutbolista argentino Fernando Cavenaghi.

Mientras Lacalle Pou cubre la frontera de punta a punta, Rivera especula: ¿cierre de la frontera con Brasil? Sería imposible. ¿Más casos? ¿Cierre de comercios? Seguro pasó algo grave.

El presidente entra a los tanques del Ejército, pregunta especificidades que seguro ya sabe, y García sonríe detrás. De vez en cuando aparece un ciudadano a saludarlo. Lacalle Pou extiende el puño, agradece y saca la selfie. Aun de tapaboca, esa costumbre electoral prevalece.

Al llegar a la intendencia no hay distanciamiento social que valga. “Usted es grande, grande”, le dice una señora después de la foto. “¡Nunca estuve al lado de una persona tan grande!”, exclama. “Grande no sé si es la palabra”, bromea el presidente.

Después hubo reunión, declaraciones y el retorno. El mandatario se fue “tranquilo”, dijo. El jueves en la tarde todo estaba bajo control.

Fuente : El País  : (NOTA COMPLETA AQUI )

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