El doloroso final de Chato Padilla, el cartero de “El chavo del 8″: fue el propio Chespirito quien lo encontró sin vida en el set de grabación

Si bien tuvo una infancia que jamás recordó con felicidad, disfrutó de una vida hermosa: no hubo quien no lo quisiera. Roberto Gómez Bolaños reveló en su biografía el trágico momento en que murió el actor que personificaba al desganado Jaimito.

Internacionales 01 de agosto de 2020 Matias Rodriguez Matias Rodriguez
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Ese entrañable abuelo de cabellera blanca, tranco cansino y bicicleta a cuestas marcó la vida de Raúl Chato Padilla con un latiguillo que millones de adultos todavía conservan en la memoria de su niñez: “Es que quiero evitar la fatiga...”, decía Jaimito, el cartero cada vez que llegaba a la vecindad de El chavo del 8 para justificar su elocuente pasividad.

Nacido el 17 de junio de 1918 en Monterrey, México, Padilla encontró en la actuación su manera de jugar en la infancia, su manera de vivir de grande, su manera de morir después. Le entregó su alma a la profesión con la que se encontró por mandato familiar, pero que disfrutó hasta el último día.

Fue su padre, el reconocido empresario teatral don Juan Padilla, quien le hizo conocer ese mundo: Chato dio sus primeros pasos -literalmente- en una de las escuelas de su progenitor. A los cuatro años empezó a recibir clases de actuación. No fue una decisión: fue una imposición. Si bien siempre se mostró agradecido, Raúl nunca dejó de remarcar todo lo que se perdió por haber empezado a trabajar a tan corta edad.

Ya con un nombre y un legado, en cada entrevista que le brindaba a la prensa mexicana rememoraba aquellos años precoces, tan distintos a los que tuvieron la mayoría de los chicos. “Mis primeros años no fueron más que teatro, teatro y teatro. Hoy me doy cuenta de que la vida de todos ha sido normal; la mía no. Mi vida ha sido aburrida, no como la de otro chico. Tengo 64 y empecé a trabajar en el teatro el 3 de septiembre de 1923 (a los cinco años). Desde entonces no hice más que actuar”.

Como don Juan quería que su hijo se luciera en otras ciudades, juntos recorrieron todo México, y hasta el extranjero, sin encontrar jamás un lugar de residencia. “Todos han tenido un hogar, se desarrollaron, pero yo no. Nunca tuve un hogar. Mi vida transcurrió entre escenarios y libretos, primero acompañando a mi padre y luego por mi profesión”, dijo una vez en la ya desaparecida revista Cromos.

Chato hacía referencia a su pasado con la misma nostalgia con la que hablaba cuando se ponía en la piel de Jaimito, oriundo de Tangamandapio. Gracias al personaje creado por Roberto Gómez Bolaños (Chespirito), ese pueblito que se creía ficticio cobró gran popularidad. No solo que aparece en los mapas –el cartero decía que no figuraba porque era más grande que Nueva York–, sino que su plaza principal guarda un recuerdo imborrable de Padilla: una estatua, inaugurada en 2012 con una gran plaqueta en su honor, le agradece que Tangamandapio adquiriera semejante fama.

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